Cuentos para contar y dar de leer

libro_el_nabo_gigante_p_webpajarito2Este es un listado posible de cuentos recomendados para niños y niñas de 5 a 8 años. Aunque es importante hacer una salvedad: el límite etario es absolutamente relativo y móvil, ya que ustedes verán que también pueden ser contados a chicxs de 4, de 9 y más, mucho más, según las circunstancias y las características. El principio es que no hay edad para disfrutar de la buena literatura. Los primeros de la lista son ideales para niños y niñas del Nivel Inicial y los primeros grados de la primaria. Asimismo, vale aclarar, que aquí lo que aparece es una selección de relatos y no de libros de cuentos, lo que ya compartiré próximamente. Es decir, estas recomendaciones tienen la intención de sugerir recursos para compartir en el aula, en el patio, en la biblioteca, a la hora de ir a dormir.

¿Por qué estos cuentos? Podría decir que se trata de cuentos «infalibles», divertidos, que enganchan, que conmueven, que dan lugar a jugar con las historias y los personajes. Hay humor, polisemia, invitación a completar relatos. A muchos de estos relatos los conocí como maestra y como mamá. En algún punto, pasó lo del huevo y la gallina: a veces me gustaron primero a mí y a veces, sin ese gusto previo, se produjo un gusto colectivo, del momento, funcionaron hermosamente. Así que el punto de partida de esta lista está conformada por los cuentos que conté a mi hija y a mis alumnxs. Aún en distintas épocas y contextos sociales, estos cuentos han ido rodando (y seguirán) para disfrute de los chicos, chicas y grandes. Recomiendo también a este fin, como lectura enriquecedora y formativa, para quienes trabajamos con las infancias y la literatura, «Contar cuentos» de Ana Padovani (Bs. As., Paidós, 2008), que echa luz sobre esta maravillosa práctica con aportes teóricos y de experiencias.

Al final de este posible listado, algunos de los cuentos en versión completa.

1) «El nabo gigante». 

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Un cuento popular anónimo de la antigua Rusia, fue recopilado por primera vez en el siglo XIX por el escritor Alexei Tolstoy. Se puede encontrar en muchas versiones. Aquí va un enlace donde encontrarlo. También hay una linda recreación escrita por Elsa I. Bornemann.

Haz clic para acceder a libro_el_nabo_gigante_p_web.pdf

 Link para descargar  elnabogigante

El nabo gigante, en versión audiovisual

2) «El chivo del cebollar», de Gustavo Roldán.

También es un relato del folklore popular  que se puede hallar en varias versiones. En este caso, se trata de una versión muy divertida, escrita con el oficio de Roldán para retratar animales pícaros. Se puede encontrar en «Historia de Pajarito Remendado», Edic. Colihue.

pajarito remendado

3) «Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena», de Graciela Montes.

Es de la Colección Pan Flauta, Serie Azul, Sudamericana.

mas chiquito que una arveja

La versión completa del cuento en

https://udlerlorena.wordpress.com/2016/04/24/una-poetica-de-los-tamanos-lo-grande-y-lo-pequeno-en-graciela-montes/

 

4) «Juan Tul y la ardilla», de Silvia Schujer.

Es un cuento de la tradición folklórica guatemalteca. Apareció en la revista «La Valijita» y ha sido editado por la Colección Cuentos y Recuentos de Edit. Artemisa. Se puede encontrar en imprenta mayúscula.

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http://mitosyleyendascsd.blogspot.com.ar/2011/11/juan-tul-y-la-ardilla.html

Aunque, a mi gusto, es muy recomendable la versión de Silvia Schujer, aparecida en la Colección «Cuentos y recuentos», Ed. Artemisa y en la publicación infantil «La Valijita», 2004.

5) y 6) «Hormigo Mil» y «Los peores del zoológico», de Ricardo Mariño.

Están escritos con pictogramas y pertenecen a la Colección Dibucuentos de Edit. Atlántida. Los textos están en imprenta mayúscula.

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7) y 8) «Había una vez una princesa» y «Había una vez una casa», de Graciela Montes, Colección Pictocuentos de Alfaguara Infantil.

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La versión completa de «Había una vez una casa» en

https://udlerlorena.wordpress.com/2016/04/24/una-poetica-de-los-tamanos-lo-grande-y-lo-pequeno-en-graciela-montes/

9) «La plapla», María Elena Walsh.

La irrupción de una letra nunca antes vista en la escuela y uno de los personajes emblemáticos de la autora, Felipito Tacatún. Pertenece al libro  «Cuentopos de Gulubú», editado últimamente por Alfaguara Infantil.

Al final, lo agrego para quienes quieran compartirlo y volver a leer.

cuentopos

10) «Niños, las brujas no existen», de María Inés Falconi.

Pertenece a la Colección «Cuentos del Pajarito Remendado», Edic. Colihue, como los cuatro títulos que siguen.

niños las brujas no existen

las-brujas-no-existen, en archivo.doc

11)  «Un cuento ¡puaj!!!», de Laura Devetach.

La Tía Sidonia (personaje que lleva el sello de la escritora), sus animales, adorables onomatopeyas y enredos en una historia tan sencilla como eficaz.

Aquí se puede escuchar http://planlectura.educ.ar/imagenes/Cuentos%20PLAN/Track%20No23.mp3

cuento puaj

12) «El casamiento de la princesa», de Eduardo Dayan.

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Disponible online en https://books.google.com.ar/books?id=FLZBBj7akrAC&pg=PA19&lpg=PA19&dq=el+casamiento+de+la+princesa+eduardo+dayan&source=bl&ots=C08oFofP3C&sig=G6CBZQDRkPHaPPMqjHkz1gba8u4&hl=es-419&sa=X&ved=0ahUKEwjNvcX2ytjRAhXMEZAKHbuQBK44ChDoAQgrMAU#v=onepage&q=el%20casamiento%20de%20la%20princesa%20eduardo%20dayan&f=false

http://www.barriada.com.ar/eduardodayan/eduardodayan.aspx

13) «Cuento con ogro y princesa», de Ricardo Mariño.

Versión para escuchar http://planlectura.educ.ar/imagenes/Cuentos%20PLAN/Track%20No17.mp3

Cuento-con-Ogro-y-Princesa-326

14) «La vuelta de Mongorito Flores», de Oche Califa.mongorito-flores

http://ochecalifa.blogspot.com.ar/2008/12/la-vuelta-de-mongorito-flores.html

15) «La casa del árbol», de Iris Rivera.

Para escuchar en http://planlectura.educ.ar/imagenes/Cuentos%20PLAN/Track%20No25.mp3

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http://bibliopequeitinerante.blogspot.com/2013/06/cuento-la-casa-del-arbol-de-iris-rivera.html

16) «La planta de Bartolo», de Laura Devetach.

Pertenece al libro «La torre de cubos», editado últ. por Alfaguara Infantil.

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17) «El caso Gaspar», de Elsa. I. Bornemann.

Pertenece a «Un elefante ocupa mucho espacio», de Alfaguara Infantil.

elsa bornemann

«Más chiquito que una arveja, más grande que una ballena», Graciela Montes 

Había una vez un gato muy grande. Tan grande, pero tan grande, que no pasaba por ninguna puerta. Tan grande, pero tan grande, que cuando estaba enojado y hacía ¡FFFFF! Se volaban todas las hojas de los árboles. Tan grande, pero tan grande, que cuando hacía ¡MIAUUUU! Todos creían que habían llegado los bomberos porque había un incendio.

Y había también un gato muy chiquito. Tan chiquito, pero tan chiquito, que dormía en una latita de paté y, cuando hacía frío, se tapaba con un boleto capicúa. Tan chiquito, pero tan chiquito que, cuando andaba de acá para allá, todos lo confundían con una pelusa. Tan chiquito que, para verlo bien, había que mirarlo con microscopio.

El Gato Grande era muy famoso en el barrio.
Todos los vecinos hablaban de él y lo mimaban mucho.

– ¡Qué gato tan hermoso! – decían.
– ¡Los gatos grandes son hermosísimos! – decían.

El Gato Grande comía mucho. A la mañana bien temprano los vecinos le traían cinco palanganas de leche tibia. Al mediodía le traían una carretilla de hígado con mermelada (que era su comida favorita). A la tardecita le dejaban preparada una bañera de polenta, por si se despertaba con hambre en la mitad de la noche. Cuando los vecinos le traían la comida, el Gato Grande sonreía (porque algunos gatos saben sonreír) y se ponía a ronronear. Cuando el Gato Grande ronroneaba hacía un RRRRRRRRRRR tan fuerte que todos miraban para arriba porque creían que pasaba un helicóptero por el cielo.

El Gato Chiquito, en cambio, no era nada famoso. Nadie hablaba de él en el barrio y nadie lo mimaba ni un poquito. (En realidad, al Gato Chiquito casi nadie lo veía siquiera.)
Al Gato Chiquito nadie le traía comida nunca. Ni a la mañana. Ni al mediodía. Ni a la tardecita.Claro que el Gato Chiquito comía muy poco. Con dos gotas de leche tenía bastante. Y una aceituna le duraba una semana. (Al Gato Chiquito le encantaban las aceitunas.)
Cuando el Gato Chiquito encontraba una aceituna, aunque nadie lo veía, también sonreía. Y, aunque nadie lo escuchaba, también ronroneaba.Un día el gato Chiquito salió a dar un paseo. Y caminó y caminó por la calle más larga del barrio. Tip tap tip tap tip tap, caminaba el Gato Chiquito. Y ese mismo día el Gato Grande también quiso salir a dar un paseo. Y caminó y caminó por todas las calles, y también por la calle más larga del barrio. Top tup top tup top tup, caminaba el Gato Grande.El Gato Chiquito y el Gato Grande caminaron y caminaron. Cada vez que el gato Grande caminaba dos cuadras, el Gato Chiquito terminaba una baldosa. Y cuando el sol estaba bien alto, pero bien alto, el Gato Grande y el Gato Chiquito se encontraron frente a frente. Los dos en la misma vereda de la calle más larga del barrio. El gato Grande hizo ¡FFFFF! Para mostrarle al Gato Chiquito que él era el más fuerte. Hizo ¡FFFFF! Para que el Gato Chiquito lo dejase pasar primero. Pero el Gato Chiquito no se movió de su baldosa. Ni un poquito. Entonces el gato Grande hizo ¡FFFFFFFF! (Fue un ¡FFFFF! muy fuerte.)Y el Gato Chiquito rodó como una pelusa hasta el cordón de la vereda. Y se cayó en charquito tan hondo pero tan hondo que casi se ahoga. Pero no se ahogó. Nadó hasta la orilla del charco y se trepó de nuevo al cordón. (El Gato Chiquito era chiquito, ¡pero valiente!) Se subió de un salto a un adoquín que había por ahí y él también hizo ¡fffff! (fue un ¡fffff! muy chiquito). El Gato Chiquito hizo ¡fffff! porque él también estaba enojado.

Y ahí se quedaron los dos, frente a frente.

Al Gato Grande, el Gato Chiquito le parecía más chiquito que una arveja. Al Gato Chiquito, el Gato Grande le parecía más grande que una ballena.

Entonces el Gato Grande se enojó muchísimo más. Se enojó como sólo pueden enojarse los gatos grandes.

Estiró una pata y sacó las uñas. (Tenía unas uñas filosas como espadas filosas.) Y ¡zas! Le dio un zarpazo al Gato Chiquito. Pero el Gato Chiquito no tuvo miedo. De un salto se subió a la pata del Gato Grande y le tiró con mucha fuerza de los pelos cortitos que le crecían justo al lado de las uñas filosas. (A los gatos les duele muchísimo cuando les tiran de los pelos cortitos, sobre todo si son los que crecen al lado de las uñas filosas)

Miauuuu – maulló el Gato Grande.

Y fue un MIAUUUU tan fuerte que trescientos cincuenta y dos vecinos vinieron a ver qué pasaba. Los trescientos cincuenta y dos vecinos se pusieron en ronda a mirar. Todos miraban con ojos redondos, pero nadie entendía nada de nada. Todos veían al Gato Grande, que se revolcaba por el suelo y maullaba y maullaba y maullaba. Pero nadie veía al Gato Chiquito, que estaba bien escondido entre los pelos del Gato Grande. Y corría por el lomo… de la cabeza a la cola… de la cola a la cabeza… y se trepaba a una oreja… y se hamacaba en los bigotes… y le hacía cosquillas en la nariz y… Aaachus – estornudó el Gato Grande.

Y los trescientos cincuenta y dos vecinos que miraban con ojos redondos salieron volando por el aire como barriletes. Todos menos el Gato Chiquito, que estaba bien agarrado del bigote más gordo del Gato Grande y resistió el estornudo.

Los trescientos cincuenta y dos vecinos fueron volviendo, poco a poco. Ya no tenían los ojos redondos. Ahora tenían las cejas fruncidas. Estaban bastante enojados. Se habían dado cuenta de que no le gustaba salir volando por el aire como barriletes. Tampoco les gustaba tener que oír un MIAUUU más fuerte que la sirena de los bomberos. Empezaron a protestar.

– ¡Este gato está demasiado grande! – decían.
– ¡Los gatos tan grandes son muy molestos! – decían.
Y después todos juntos dijeron:
– ¡Ufa!

Y el Gato Grande le dio vergüenza y se puso colorado (porque algunos gatos se ponen colorados). Entonces el Gato Chiquito se bajó de un salto del bigote del Gato Grande y se empezó a pasear por la vereda. Iba y venía. Y daba otro saltito.

– ¡Oia! ¡Un gato chiquito! – dijeron todos.
– ¡Más chiquito que una arveja! – dijeron.
– ¡Los gatos chiquitos son hermosísimos! – dijeron.

Y desde ese día, en el barrio, los gatos famosos son dos: el Gato Grande y el Gato Chiquito. Claro que las cosas cambiaron un poco.

Los vecinos ya no le dan tanta comida al Gato Grande. Nada más que tres palanganas de leche tibia y media carretilla de hígado con mermelada. Al Gato Chiquito, en cambio, le llevan dos pedacitos de hígado, tres aceitunas y un dedal de leche cada mañana.

Parece ser que ahora el Gato Grande está bastante menos grande. Cuando hace ¡FFFF! Ya no tira más que diez o doce hojas de los árboles. Y parece que el Gato Chiquito está empezando a crecer.

Me dijeron que últimamente ya no entra en la latita de paté; se va a tener que mudar a una lata de duraznos en almíbar. (Lo que no sé es si querrá regalarme el boleto capicúa cuando ya no lo use más de frazada.)

Un cuento ¡Puajjj! – Laura Devetach

Aquella mañana la tía Sidonia se despertó, corrió al baño a pasarse los dedos mojados sobre los ojos y cuando se miró al espejo, dijo:
– ¡Puajjj!
Después se lavó los dientes moviendo mucho el codo así y así y al terminar, dijo:
-¡Puajjj!
Cuando se sentó delante de su mate dulce dijo:
-¡Puajjj!
Y la vaca Mumuñonga que la estaba mirando por la ventana, comentó mientras rumiaba:
– ¡Qué cosa, la tía Sidonia tiene ¡puajjj! Esta completamente espuajada.
Y se fue a contárselo al gallito Quiquiripúm que entonaba sus quiquiriquíes sobre el techo, para hacer salir al sol.
– ¡Qué barbaridad! – dijo el gallito. una persona espuajada es peor que una persona con hipo, hay que sacárselo.
Mientras tanto, la tía Sidonia daba vueltas por el campito haciendo ¡puajjj! frente a todo lo que se le cruzaba: el maizal que agitaba sus hojas de cintas, el chanchito rosado que mamaba, las campanillas azules que zumbaban porque tenían una abeja de pensionista.
Y hasta cuando vio un grano de maíz amarillo, panzonzito y de naríz blanca, en lugar de decir ¡qué grano tan pipu!, dijo ¡puajjj! Era el colmo.
Los animales empezaron a preocuparse porque el ¡puajjj! es tan contagioso como el bostezo.
– Hay que sacarle el ¡puajjj! a tía Sidonia -dijo gallina Cocorilila.
 Y empezó un verdadero congreso con todo bicho que caminaba por el campito, para tratar el problema de una tía espuajada.
Los animales hablaron, consideraron, discutieron, pelearon y votaron.
¿Cómo votaron?
Metiendo cada uno una hojita en el nido de la gallina. Y todos ganaron, porque decidieron hacer lo mismo
Cuando tía Sidonia llegó a su casa no entendió muy bien lo que pasaba. Encontró a todos los animales uno arriba del otro.
Claro que el pato estaba sobre la vaca y no al revés. Y el gorrión sobre la gallina y no al revés.
Tía Sidonia quedó un poco sorprendida y se acercó a los animales apilados. Mirándolos a todos con la mirada panorámica les dijo:
– ¡Puaaaj!
Y entonces gallina Cocorilila, que estaba sobre el perro y debajo del gorrión, contestó:
– ¡Guau guau!
Y el perro Garufa cacareó feliz, como si hubiera puesto un huevo.
Y el gallo Quiquiripúm dijo:
-¡Muuu!
Y la vaca Mumuñonga cantó un quiquiriquí como para hacer salir tres soles.
Y el pato pió como el gorrión Jorgelino.
Y el gorrión hizo un cuac cuac finito, finito.
Tía Sidonia no podía creer lo que estaba oyendo. Las cejas se le volaron un poco para arriba, revoleó los ojos, abrió la boca, y sacudiendo la cabeza gritó:
– ¡Tururú! ¿Qué es eso de andar diciendo un grito por otro? ¡A ver, cada bicho con su grito!
Los animales se miraron de reojos, sonrieron como sonríen los animales, que a veces es con la cola, hamacaron de un suspiro el maizal y cada cual en su idioma dijo:
– ¡Puajjj! ¡Hemos vuelto a la normalidad!

La Plapla 

(en «Cuentopos de Gulubú») 

Felipito Tacatún estaba haciendo los deberes. Inclinado sobre el cuaderno y sacando un poquito la lengua, escribía enruladas “emes”, orejudas “eles” y elegantísimas “zetas”.
De pronto vio algo muy raro sobre el papel.
–¿Qué es esto?, se preguntó Felipito, que era un poco miope, y se puso un par de anteojos.
Una de las letras que había escrito se despatarraba toda y se ponía a caminar muy oronda por el cuaderno.
Felipito no lo podía creer, y sin embargo era cierto: la letra, como una araña de tinta, patinaba muy contenta por la página.
Felipito se puso otro par de anteojos para mirarla mejor.

la plapla

Cuando la hubo mirado bien, cerró el cuaderno asustado y oyó una vocecita que decía:
–¡Ay!
Volvió a abrir el cuaderno valientemente y se puso otro par de anteojos y ya van tres.
Pegando la nariz al papel preguntó:
–¿Quién es usted señorita?
Y la letra caminadora contestó:
–Soy una Plapla.
–¿Una Plapla?, preguntó Felipito asustadísimo, ¿qué es eso?
–¿No acabo de decirte? Una Plapla soy yo.
–Pero la maestra nunca me dijo que existiera una letra llamada Plapla, y mucho menos que caminara por el cuaderno.
–Ahora ya lo sabes. Has escrito una Plapla.
–¿Y qué hago con la Plapla?
–Mirarla.
–Sí, la estoy mirando pero… ¿y después?
–Después, nada.
Y la Plapla siguió patinando sobre el cuaderno mientras cantaba un vals con su voz chiquita y de tinta.

Al día siguiente, Felipito corrió a mostrarle el cuaderno a la maestra, gritando entusiasmado:
–¡Señorita, mire la Plapla, mire la Plapla!

felipito tacatún
La maestra creyó que Felipito se había vuelto loco.
Pero no.
Abrió el cuaderno, y allí estaba la Plapla bailando y patinando por la página y jugando a la rayuela con los renglones.
Como podrán imaginarse, la Plapla causó mucho revuelo en el colegio.
Ese día nadie estudió.
Todo el mundo, por riguroso turno, desde el portero hasta los nenes de primer grado, se dedicaron a contemplar a la Plapla.
Tan grande fue el bochinche y la falta de estudio, que desde ese día la Plapla no figura en el Abecedario.

la plapla en la escuela
Cada vez que un chico, por casualidad, igual que Felipito, escribe una Plapla cantante y patinadora la maestra la guarda en una cajita y cuida muy bien de que nadie se entere.
Qué le vamos a hacer, así es la vida.
Las letras no han sido hechas para bailar, sino para quedarse quietas una al lado de la otra, ¿no?

M. E. Walsh

 

La planta de Bartolo

(en «La torre de cubos»)

El buen Bartolo sembró un día un hermoso cuaderno en un macetón. Lo regó, lo puso al calor del sol, y cuando menos lo esperaba, ¡trácate!, brotó una planta tiernita con hojas de todos colores.

lecturas-Torrecubos1

Pronto la plantita comenzó a dar cuadernos.
Eran cuadernos hermosísimos, como esos que gustan a los chicos. De tapas duras con muchas hojas muy blancas que invitaban a hacer sumas y restas y dibujitos.

Bartolo palmoteó siete veces de contento y dijo:
—Ahora, ¡todos los chicos tendrán cuadernos!

¡Pobrecitos los chicos del pueblo! Estaban tan caros los cuadernos que las mamás, en lugar de alegrarse porque escribían mucho y los iban terminando, se enojaban y les decían:

—¡Ya terminaste otro cuaderno! ¡Con lo que valen!

Y los pobres chicos no sabían qué hacer.
Bartolo salió a la calle y haciendo bocina con sus enormes manos de tierra gritó:
—¡Chicos!, ¡tengo cuadernos, cuadernos lindos para todos! ¡El que quiera cuadernos nuevos que venga a ver mi planta de cuadernos!

Una bandada de parloteos y murmullos llenó inmediatamente la casita del buen Bartolo y todos los chicos salieron brincando con un cuaderno nuevo debajo del brazo.

Y así pasó que cada vez que acababan uno, Bartolo les daba otro y ellos escribían y aprendían con muchísimo gusto.

Pero, una piedra muy dura vino a caer en medio de la felicidad de Bartolo y los chicos. El Vendedor de Cuadernos se enojó como no sé qué.

Un día, fumando su largo cigarro, fue caminando pesadamente hasta la casa de Bartolo. Golpeó la puerta con sus manos llenas de anillos de oro: ¡Toco toc! ¡Toco toc!

—Bartolo —le dijo con falsa sonrisa atabacada—, vengo a comprarte tu planta de hacer cuadernos. Te daré por ella un tren lleno de chocolate y un millón de pelotitas de colores.

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—No —dijo Bartolo mientras comía un rico pedacito de pan.
—¿No? Te daré entonces una bicicleta de oro y doscientos arbolitos de navidad.
—No.
—Un circo con seis payasos, una plaza llena de hamacas y toboganes.
—No.
—Una ciudad llena de caramelos con la luna de naranja.
—No.
—¿Qué querés entonces por tu planta de cuadernos?
—Nada. No la vendo.
—¿Por qué sos así conmigo?
—Porque los cuadernos no son para vender sino para que los chicos trabajen tranquilos.
—Te nombraré Gran Vendedor de Lápices y serás tan rico como yo.
—No.
—Pues entonces —rugió con su gran boca negra de horno—, ¡te quitaré la planta de cuadernos!
—y se fue echando humo como la locomotora.

Al rato volvió con los soldaditos azules de la policía.

—¡Sáquenle la planta de cuadernos! —ordenó.

Los soldaditos azules iban a obedecerle cuando llegaron todos los chicos silbando y gritando, y también llegaron los pajaritos y los conejitos.

Todos rodearon con grandes risas al vendedor de cuadernos y cantaron “arroz con leche”, mientras los pajaritos y los conejitos le desprendían los tiradores y le sacaban los pantalones. Tanto y tanto se rieron los chicos al ver al Vendedor con sus calzoncillos colorados, gritando como un loco, que tuvieron que sentarse a descansar.

—¡Buen negocio en otra parte! —gritó Bartolo secándose los ojos, mientras el Vendedor, tan colorado como sus calzoncillos, se iba a la carrera hacia el lugar solitario donde los vientos van a dormir cuando no trabajan.

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Laura Devetach

El caso Gaspar

(en «Un elefante ocupa mucho espacio»)

Aburrido de recorrer la ciudad con su valija a cuestas para vender -por lo menos- doce manteles diarios, harto de gastar suelas, cansado de usar los pies, Gaspar decidió caminar sobre las manos. Desde ese momento, todos los feriados del mes se los pasó encerrado en el altillo de su casa, practicando posturas frente al espejo. Al principio, le costó bastante esfuerzo mantenerse en equilibrio con las piernas para arriba, pero al cabo de reiteradas pruebas el buen muchacho logró marchar del revés con asombrosa habilidad. Una vez conseguido esto, dedicó todo su empeño para desplazarse sosteniendo la valija con cualquiera de sus pies descalzos. Pronto pudo hacerlo y su destreza lo alentó: -¡desde hoy, basta de zapatos! ¡Saldré a vender mis manteles caminando sobre las manos!- exclamó Gaspar una mañana, mientras desayunaba. Y -dicho y hecho- se dispuso a iniciar esa jornada de trabajo andando sobre las manos.
Su vecina barría la vereda cuando lo vio salir. Gaspar la saludó al pasar, quitándose caballerosamente la galera: – Buenos días, doña Ramona. ¿Qué tal los canarios?
Pero como la señora permaneció boquiabierta, el muchacho volvió a colocarse la galera y dobló la esquina. Para no fatigarse, colgaba un rato de su pie izquierdo y otro del derecho la valija con los manteles, mientras hacía complicadas contorsiones a fin de alcanzar los timbres de las casas sin ponerse de pie.
Lamentablemente, a pesar de su entusiasmo, esa mañana no vendió ni siquiera un mantel. ¡Ninguna persona confiaba en ese vendedor domiciliario que se presentaba caminando sobre las manos!

caso gaspar
– Me rechazan porque soy el primero que se atreve a cambiar la costumbre de marchar sobre las piernas… Si supieran qué distinto se ve el mundo de esta manera, me imitarían… Paciencia… Ya impondré la moda de caminar sobre las manos… -pensó Gaspar, y se aprestó a cruzar una amplia avenida.
Nunca lo hubiera hecho: ya era el mediodía… los autos circulaban casi pegados unos contra otros. Cientos de personas transitaban apuradas de aquí para allá.
– ¡Cuidado! ¡Un loco suelto! -gritaron a coro al ver a Gaspar. El muchacho las escuchó divertido y siguió atravesando la avenida sobre sus manos, lo más campante. – ¿Loco yo? Bah, opiniones…
Pero la gente se aglomeró de inmediato a su alrededor y los vehículos lo aturdieron con sus bocinazos, tratando de deshacer el atascamiento que había provocado con su singular manera de caminar. En un instante, tres vigilantes lo rodearon:
– Está detenido -aseguró uno de ellos, tomándolo de las rodillas, mientras los otros dos se comunicaban por radioteléfono con el Departamento Central de Policía. ¡Pobre Gaspar! Un camión celular lo condujo a la comisaría más próxima, y allí fue interrogado por innumerables policías:
– ¿Por qué camina con las manos? ¡Es muy sospechoso! ¿Qué oculta en esos guantes? ¡Confíese! ¡Hable!
Ese día, los ladrones de la ciudad asaltaron los bancos con absoluta tranquilidad: toda la policía estaba ocupadísima con el «Caso Gaspar -sujeto sospechoso que marcha sobre las manos».
A pesar de que no sabía qué hacer para salir de esa difícil situación, el muchacho mantenía la calma y -¡sorprendente!- continuaba haciendo equilibrio sobre sus manos ante la furiosa mirada de tantos vigilantes. Finalmente se le ocurrió preguntar:
– ¿Está prohibido caminar sobre las manos?. El jefe de policía tragó saliba y le repitió la pregunta al comisario número 1, el comisario número 1 se la transmitió al número 2, el número dos al número 3, el número 3 al número 4… En un momento, todo el Departamento Central de Policía se preguntaba: ¿ESTA PROHIBIDO CAMINAR SOBRE LAS MANOS? Y por más que buscaron en pilas de libros durante varias horas, esa prohibición no apareció. No, señor. ¡No existía ninguna ley que prohibiera marchar sobre las manos ni tampoco otra que obligara a usar exclusivamente los pies!
Así fue como Gaspar recobró la libertad de hacer lo que se le antojara, siempre que no molestara a los demás con su conducta. Radiante, volvió a salir a la calle andando sobre las manos. Y por la calle debe encontrarse en este momento, con sus guantes, su galera y su valija, ofreciendo manteles a domicilio…
¡Y caminando sobre las manos!

Elsa Isabel Bornemann

Acerca de habíaunaveztruz

Me llamo Lorena Udler. Nací, me crié y trabajé casi siempre en Rosario, Argentina. Soy docente en la escuela primaria pública, trabajé muchos años como maestra de grado, directora y ahora como supervisora. Me gusta leer y escribir desde niña. Mi familia me trasmitió el gusto por los libros, las bibliotecas y el cine. Cuando empecé a trabajar como maestra, aprendí mucho con mis alumnos y alumnas sobre nuevos textos y otras maneras de crearlos, inventarlos y jugar con ellos. Gracias a lxs chicxs mi interés por la literatura aumentó y conocí más autores de la llamada “infantil y juvenil”. Todo esto me entusiasmó y me llevó a estudiar el postítulo de Literatura Infantil de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. La divulgación y la generación de espacios de promoción de lectura es uno de los motores principales de mi trabajo y en este blog. También me gusta mucho cantar y, por esa razón, he incursionado en la interpretación de música popular hace unos años. Todas las expresiones del arte embellecen mi vida. El cine y la plástica también son parte de mi pequeño universo. Así como la idea de que esta belleza necesita de justicia e igualdad de acceso para todxs es uno de los nortes de mi estar y mi hacer.

Un Comentario

  1. Ana Claudia Odisio

    ________________________________

  2. Pingback: Sin olvido ni silencio. Imágenes y textos para hablar sobre la última dictadura. | habíaunaveztruz

  3. Pingback: Quema de libros. Noticias de Ediciones de la Flor | habíaunaveztruz

  4. SILVIA AICARDI

    hola Lorena, que alegria me dio cuando vi tu nombre. Soy Silvia de la Esc 1389 Villa Minetti, donde estuviste haciendo un reemplazo de supervision. espero me recuerdes. Un gran cariño y abrazo.!! Me encanto este Blog. bessos

  5. Hola Silvia! Claro que te recuerdo, como a tu escuela y a la linda experiencia vivida. Qué bueno reencontrarnos por aquí! Gracias por tus palabras!!! Te mando un gran abrazo.

  6. Rosi

    Hermoso material.

  7. Candela

    Muy bueno el material. Conocía algunos otros no

  8. Cinthia

    Poquitas materias para recibirme de docente, amo la literatura y tu blog ayuda mucho a mis criterios de selección! Gracias por compartir

  9. Pingback: “El chivo del cebollar” de Gustavo Roldán. | habíaunaveztruz

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